Meditaciones sobre los cantares

Meditaciones sobre los cantares

Santa Teresa de Jesús (Santa Teresa de Ávila)

  • ISBN: 978-1-961368-03-3
  • Impreso en: junio de 1567
  • Fecha de publicación: 2021

Meditaciones sobre los cantares

Santa Teresa de Jesús (Santa Teresa de Ávila)

    Introducción

    Que podamos leer hoy las Meditaciones sobre los Cantares de Santa Teresa de Jesús constituye un enigma. Su confesor ordenó destruir el manuscrito por temor a que llegara a manos de la Inquisición y Teresa lo quemó frente a él, según lo afirmaron varios testigos. ¿Qué tanto sabía la autora de la existencia de otras copias? ¿Fue su obediencia un mero acto de reconocimiento performativo de la autoridad del confesor?

    La condición de visionaria y fundadora se unían también la de descendiente de una familia de “cristianos nuevos”, es decir, de judeoconversos, y la de escritora, en un momento en el 1 Como nota aclaratoria, optamos por referirnos a la autora como Teresa de Jesús, reconociendo su voluntad de llamarse conforme a su deseo religioso, en contraposición a Teresa de Ávila, nombre con el que es conocida especialmente en los círculos académicos. que las mujeres eran silenciadas con severidad, particularmente cuando intentaban discutir asuntos teológicos. Todos estos factores hacían de Teresa un blanco fácil de sospechas de heterodoxia, herejía o insubordinación.

    En medio de tantas adversidades resulta asombrosa la cantidad de obras escritas por Teresa. Estas incluyen varios tratados sobre la vida espiritual, la historia de las fundaciones de sus conventos, las Constituciones de la nueva orden religiosa, una impresionante colección de más de 700 cartas, poesía, e incluso libros de contabilidad conventual. Entre todas estas obras, las Meditaciones sobre los Cantares sobresale por ser, quizás, la más arriesgada.

    Fray Luis de León, contemporáneo de Teresa y el primer editor de sus obras, fue apresado por la Inquisición luego de haber traducido al castellano y haber comentado el Cantar de los Cantares. Este texto bíblico ha sido objeto de múltiples interpretaciones debido al erotismo de sus imágenes. Fue un libro esencial para varios místicos que encontraron allí la expresión metafórica de la unión entre el alma y Dios. Teresa no fue la excepción.

    En sus Meditaciones, Teresa analiza versos sugerentes del Cantar, como “Béseme el Señor con el beso de su boca, porque más valen sus pechos que el vino”. Pero antes de abordar el texto, advierte que escribe sus comentarios por orden de un superior. Añade que, como mujer, no aspira al conocimiento teológico de los letrados, por lo cual sus palabras están destinadas solo a mover la devoción de sus monjas. Finalmente sostiene que si el lector encuentra algo de provecho en la obra deberá atribuírselo a la gracia de Dios, no a la autora.

    Con estas aclaraciones, Teresa se encarga de señalar como responsables de cualquier posible heterodoxia a sus confesores, y evita acusaciones de desobediencia o soberbia por intentar enseñarles a hombres cuestiones de fe. Al reconocer su propia ignorancia vinculada a su condición de mujer, Teresa puede aspirar a recibir un conocimiento superior, emanado de la divinidad misma, eximido de los juicios masculinos.

    El feminismo teresiano es estratégico y de supervivencia. Teresa conocía bien los castigos que reservaba la Inquisición para las mujeres que intentaban fungir como autoridades espirituales. Por lo mismo, Teresa negocia su deseo de expresar una espiritualidad íntima y muy personal mediante la elaboración de una cuidadosa retórica de la humildad y la obediencia, que invitamos a los lectores a que desentrañen del texto que presentamos.

    La trayectoria de supervivencia de Teresa es tan milagrosa como la de las Meditaciones. Luego de casi desaparecer entre las llamas de los celos ortodoxos de algún confesor, este texto llega hasta nosotros ahora, después de cuatro siglos y medio de vicisitudes. Y qué mejor forma de celebrar su preservación que esta edición digital, de acceso libre para todos los lectores que, desde cualquier lugar del mundo, puedan usar un dispositivo con internet.

    Ana María Carvajal, PhD en Literatura.

    1.Como nota aclaratoria, optamos por referirnos a la autora como Teresa de Jesús, reconociendo su voluntad de llamarse conforme a su deseo religioso, en contraposición a Teresa de Ávila, nombre con el que es conocida especialmente en los círculos académicos.

    MEDITACIONES SOBRE LOS CANTARES

    CAPÍTULO 1 - Meditación Primera: profundidad de las palabras de Dios;
    estilo de Dios; admirar y meditar los misterios; sobre el "Bésame" "Béseme el Señor con el beso de su boca, porque más valen tus pechos que el vino", etc.

    1. He notado mucho que parece que el alma está —a lo que aquí da a entender— hablando con una persona, y pide la paz de otro. Porque dice: "Béseme con el beso de su boca" \\\\\[Cantares I, I]. Y luego parece que está diciendo a con quien está: "Mejores son tus pechos" \\\\\[Cantares I, I]. Esto no entiendo cómo es, y no entenderlo me hace gran regalo; porque verdaderamente, hijas, no ha de mirar el alma tanto, ni la hacen mirar tanto, ni la hacen tener respeto a su Dios las cosas que acá parece podemos alcanzar con nuestros entendimientos tan bajos, como las que en ninguna manera se pueden entender. Y así os encomiendo mucho que, cuando leyerdes algún libro y oyerdes sermón, u pensáredes en los misterios de nuestra sagrada fe, que lo que buenamente no pudiéredes entender, no os canséis ni gastéis el pensamiento en adelgazarlo; no es para mujeres, ni aun para hombres muchas cosas.

    2. Cuando él Señor quiere darlo a entender, Su Majestad lo hace sin trabajo nuestro. A mujeres digo esto. Y a los hombres, que no han de sustentar con sus letras la verdad, que a los que el Señor tiene para declaránoslas a nosotras, ya se entiende que lo han de trabajar, y lo que en ello ganan. Mas nosotras con llaneza tomar lo que el Señor nos diere; y lo que no, no nos cansar, sino alegrarnos de considerar qué tan gran Dios y Señor tenemos, que una palabra suya terná en sí mil misterios, y así su principio no entendemos nosotras. Así, si estuviere en latín u en hebraico u en griego, no era maravilla; mas en nuestro romance, ¡qué de cosas hay en los salmos del glorioso rey David que, cuando nos declaran el romance sólo, tan oscuro nos queda como el latín! Así que siempre os guardad de gastar el pensamiento con estas cosas, ni cansaros, que mujeres no han menester más que para su entendimiento bastare; con esto las hará Dios merced. Cuando Su Majestad quisiere dárnoslo sin cuidado ni trabajo nuestro, lo hallaremos sabido. En lo demás, humillarnos y —como he dicho— alegrarnos de que tengamos tal Señor, que aun palabras suyas dichas en romance nuestro no se pueden entender.

    3. Pareceros ha que hay algunas en estos Cánticos que se pudieran decir por otro estilo. Según es nuestra torpeza, no me espantaría. He oído a algunas personas decir que antes huían de oírlas. ¡Oh, válame Dios, qué gran miseria es la nuestra!, que como las cosas emponzoñosas, que cuanto comen se vuelve en ponzoña, así nos a caece, que de mercedes tan grandes como aquí nos hace el Señor en dar a entender lo que tiene el alma, que le ama y animarla para que pueda hablar y regalarse con Su Majestad, hemos de sacar miedos y dar sentidos, conforme al poco sentido del amor de Dios que se tiene.

    4. ¡0h, Señor mío, que de todos los bienes que nos hicisteis nos aprovechamos mal! Vuestra Majestad buscando modos y maneras y invenciones para mostrar el amor que nos tenéis; nosotros, como mal experimentados en amaros a Vos, tenémoslo en tan poco que de mal ejercitados en esto, vanse los pensamientos adonde estan siempre, y dejan de pensar los grandes misterios que este lenguaje encierra en si, dicho por el Espíritu Santo. ¿Qué más era menester para encendernos en amor suyo y pensar que tomó este estilo no sin gran causa?

    5. Por cierto, que me acuerdo oír a un religioso un sermón harto admirable, y fue lo más de él, declarando de estos regalos que la Esposa trataba con Dios. Y hubo tanta risa y fue tan mal tomado lo que dijo, porque hablaba de amor (siendo sermón del Mandato, que es para no tratar otra cosa), que yo estaba espantada. Y veo claro que es lo que yo tengo dicho, ejercitarnos tan mal en el amor de Dios, que no nos parece posible tratar un alma ansí con Dios. Mas algunas personas conozco yo, que ansí como estotras no sacaban bien —porque, cierto, no lo entendían, ni creo pensaban sino ser dicho de su cabeza—, estotras han sacado tan gran bien, tanto regalo, tan gran seguridad de temores, que tenían que hacer particulares alabanzas a nuestro Señor muchas veces, que dejó remedio tan saludable para las almas que con hirviente amor le aman, que entiendan y vean que es posible humillarse Dios a tanto, que no bastaba su experiencia para dejar de temer cuando el Señor les hacía grandes regalos; ven aquí pintada su seguridad.

    6. Y sé de alguna que estuvo hartos años con muchos temores, y no hubo cosa que la haya asegurado sino que fue el Señor servido oyese algunas cosas de los Cánticos, y en ellas entendió ir bien guiada su alma; porque —como he dicho— conoció que es posible pasar el alma enamorada por su Esposo todos esos regalos y desmayos y muertes y aflicciones y deleites y gozos con Él después que ha dejado todos los del mundo por su amor está del todo puesta y dejada en sus manos; esto no de palabra —como acaece en algunos—, sino con toda verdad, confirmada por obras.

    ¡Oh, hijas mías, que es Dios muy buen pagador, y tenéis un Señor y un Esposo que no se le pasa nada sin que lo entienda y lo vea! Y así, aunque sean cosas muy pequeñas, no dejéis de hacer por su amor lo que pudiéredes; Su Majestad las pagará; no mirará sino el amor con que las hicieres.

    7. Pues concluyo en esto, que jamás en cosa que no entendáis de la Sagrada Escritura ni de los misterios de nuestra fe os detengáis más de como he dicho, ni de palabras encarecidas que en ella oyáis que pasa Dios con el alma, no os espantéis. El amor que nos tuvo y tiene me espanta a mí más y me desatina, siendo los que somos; que teniéndole, ya entiendo que no hay encarecimiento de palabras con que nos le muestre, que no le haya mostrado más con obras; si no cuando lleguéis aquí, por amor de mí os ruego que os detengáis un poco, pensando en lo que nos ha mostrado y lo que ha hecho por nosotras, viendo claro que amor tan poderoso y fuerte, que tanto le hizo padecer, con qué palabras se pueda mostrar que nos espanten.

    8. Pues tornando a lo que comencé a decir, grandes cosas debe a ver y misterios en estas palabras, pues cosa de tanto valor que (me han dicho letrados rogándoles yo que me declaren lo que quiere decir el Espíritu Santo y el verdadero sentido de ellos) dicen que los doctores escribieron muchas exposiciones y que aun no acaban de darle, parecerá demasiada soberbia la mía —siendo esto así— quereros yo declarar algo. Y no es mi intento, por poco humilde que soy, pensar que atinaré a la verdad. Lo que pretendo es que así como yo me regalo en lo que el Señor me da a entender, cuando algo del los oyo, que decíroslo por ventura os consolará como a mí; y si no fuere a propósito de lo que quiere decir, tómolo yo a mi propósito, que no saliendo de lo que tiene la Iglesia y los santos (que para esto primero lo examinarán bien letrados que lo entiendan que los veáis vosotras), licencia nos da el Señor —a lo que pienso—, como nos la da, para que pensando en la sagrada Pasión, pensemos muchas más cosas de fatigas y tormentos que allí debía de padecer el Señor de que los evangelistas escriben.

    9. Y no yendo con curiosidad —como dije al principio—, sino tomando lo que Su Majestad nos diere a entender, tengo por cierto no le pesa que nos consolemos y deleitemos en sus palabras y obras: como se holgaría y gustaría el rey, si a un pastorcillo amase y le cayese en gracia, y le viese embobado mirando el brocado y pensando qué es aquello y cómo se hizo. Que tampoco no hemos de quedar las mujeres tan fuera de gozar las riquezas del Señor; de disputarlas y enseñarlas, pareciéndoles aciertan, sin que lo muestren a letrados, esto sí.

    Así que ni yo pienso acertar en lo que escribo —bien lo sabe el Señor—, sino como este pastorcillo que he dicho. Consuélame, como a hijas mías, deciros mis meditaciones, y serán con hartas boberías. Y ansí comienzo con el favor de este divino Rey mío y con licencia de el que me confiesa.

    Plega a Él que, como ha querido atine en otras cosas que os he dicho —u Su Majestad por mí, quizá por ser para vosotras—, atine en éstas. Y si no, doy por bien empleado el tiempo que ocupare en escribir y tratar con mi pensamiento tan divina materia, que no la merecía yo oír.

    10. Paréceme a mí en esto que dice al principio habla con tercera persona. Y es la misma, que da a entender que hay en Cristo dos naturalezas, una divina y otra humana. En esto no me detengo, porque mi intento es hablar en lo que me parece podemos aprovecharnos las que tratamos de oración, aunque todo aprovecha para animar y admirar un alma que con ardiente deseo ama al Señor. Bien sabe Su Majestad que, aunque algunas veces he oído exposición de algunas palabras de éstas y me la han dicho pidiéndolo yo—son pocas—, que poco ni mucho no se me acuerda, porque tengo muy mala memoria, y así no podré decir sino lo que el Señor me enseñare y fuere a mi propósito; y de este principio jamás he oído cosa que me acuerde.

    11. "Béseme con beso de su boca". ¡Oh, Señor mío y Dios mío, y qué palabra esta para que la diga un gusano a su Criador! ¡Bendito seáis Vos, Señor, que por tantas maneras nos habéis enseñado! Más ¿quién osara, Rey mío, decir esta palabra si no fuera con vuestra licencia? Es cosa que espanta, y así espantará decir yo que la diga nadie. Dirán que soy una necia, que no quiere decir esto, que tiene muchas significaciones, que está claro que no habíamos de decir esta palabra a Dios, que por eso es bien estas cosas no las lean gentes simple.

    Yo lo confieso, que tiene muchos entendimientos; mas el alma que está abrasada de amor que la desatina, no quiere ninguno sino decir estas palabras; sí, que no se lo quita el Señor. ¡Válame Dios!; ¿qué nos espanta? ¿No es de admirar más la obra? ¿No nos llegamos al Santísimo Sacramento? Y aun pensaba yo si pedía la esposa esta merced que Cristo después nos hizo. También he pensado si pedía aquel ayuntamiento tan grande, como fue hacerse Dios hombre, aquella amistad que hizo con el género humano. Porque claro está que el beso es señal de paz y amistad grande entre dos personas.

    12. Cuántas maneras hay de paz, el Señor ayude a que lo entendamos. Una cosa quiero decir antes que vaya adelante, y —a mi parecer— de notar (aunque viniera mejor a otro tiempo, mas para que no se nos olvide), que tengo por cierto habrá muchas personas que se llegan al Santísimo Sacramento — y plega al Señor yo mienta— con pecados mortales graves; y si oyesen a un alma muerta por amor de su Dios decir estas palabras, se espantarían y lo tenían por gran atrevimiento. Al menos estoy yo segura que no la dirán ellos, porque estas palabras y otras semejantes que están en los Cantares, dícelas el amor; y como no le tienen, bien pueden leer los Cantares cada día y no se ejercitar en ellas; ni aun las osarán tomar en la boca, que verdaderamente aun oírlas hace temor, porque traen gran majestad consigo. Harta traéis Vos, Señor mío, en el Santísimo Sacramento; si no como no tienen fe viva, sino muerta estos tales, ven os tan humilde bajo especies de pan, no les habláis nada, porque no lo merecen ellos oír, y así se atreven tanto. Así que estas palabras verdaderamente ponían temor en sí, si estuviesen en sí quien las dice, tomada sola la letra; mas a quien vuestro amor, Señor, ha sacado de sí, bien perdonaréis diga eso y más, aunque sea atrevimiento.

    Y, Señor mío, si significa paz y amistad, ¿por qué no os pedirán las almas la tengáis con ellas?; ¿qué mejor cosa podemos pedir que lo que yo os pido, Señor mío, que me deis esta paz con "beso de vuestra boca?"

    Esta, hijas, es altísima petición, como después os diré.

    CAPÍTULO 2 - Meditación Segunda
    1. Dios os libre de muchas maneras de paz que tienen los mundanos; nunca Dios nos la deje probar, que es para guerra perpetua. Cuando uno de los del mundo anda muy quieto, andando metido en grandes pecados y tan sosegado en sus vicios que en nada le remuerde la conciencia, esta paz ya habéis leído que es señal que el demonio y él están amigos: mientras viven, no les quiere dar guerra, porque según son malos, por huir de ella y no por amor de Dios, se tornarían algo a El. Mas los que van por aquí, nunca duran en servirle. Luego, como el demonio lo entiende, tórnales a dar gusto a su placer y tórnanse a su amistad, hasta que los tiene adonde les da a entender cuán falsa era su paz. En éstos no hay que hablar; allá se lo hayan, que yo espero en el Señor no se hallará entre vosotras tanto mal; aunque podía el demonio comenzar por otra paz en cosas pocas, y siempre, hijas, mientras vivimos nos hemos de temer.
    2. Cuando la religiosa comienza a relajarse en unas cosas que en sí parecen poco, y perseverando en ellas mucho y no les remordiendo la conciencia, es mala paz, y de aquí puede el demonio traerla a mil males; así como es un quebrantamiento de constitución, que en sí no es pecado, o no andar con cuidado en lo que manda el prelado, aunque no con malicia; en fin, está en lugar de Dios, y es bien siempre -que a eso venimos- andar mirando lo que quiere; cosillas muchas que se ofrecen, que en sí no parecen pecado y, en fin, hay faltas y halas de haber, que somos miserables. No digo yo que no. Lo que digo es que sientan cuando se hacen, y entiendan que faltaron; porque si no -como digo- de éste se puede el demonio alegrar, y poco a poco ir haciendo insensible al alma de estas cosillas. Yo os digo, hijas, que cuando esto llegare a alcanzar, que no tenga poco, porque temo pasará adelante. Por eso miraos mucho, por amor de Dios; guerra ha de haber en esta vida, porque con tantos enemigos no es posible dejarnos estar mano sobre mano, sino que siempre ha de haber cuidado y traerle de cómo andamos en lo interior y exterior.
    3. Son modos de proceder, y estánse en un contento ordinario e interior, aunque tengo para mí que no se entienden y apurado lo veo, que algunas veces tienen sus guerrillas, sino que son pocas. Mas es así que no he envidia a estas almas y que lo he mirado con aviso, y veo que se adelantan mucho más las que andan con la guerra dicha -sin tener tanta oración- en las cosas de perfección, que acá podemos entender. Dejemos almas que están ya tan aprovechadas y tan mortificadas, después de haber pasado por muchos años esta guerra; como ya muertas al mundo, las da nuestro Señor ordinariamente paz, mas no de manera que no sientan la falta que hacen y les dé mucha pena.
    4. Así que, hijas, por muchos caminos lleva el Señor; mas siempre os temed, como he dicho, cuando no os doliere algo la falta que hiciereis; que de pecado, aunque sea venial, ya se entiende os ha de llegar al alma, como -gloria a Dios- creo y veo lo sentís ahora.
    5. Entiéndanme las almas de las que fueren escrupulosas, que no hablo por alguna falta alguna vez, o faltas, que no todas se pueden entender, ni aun sentir siempre; sino con quien las hace muy ordinarias, sin hacer caso, pareciéndole nonada, y no la remuerde ni procura enmendarse. De ésta torno a decir que es peligrosa paz y que estéis advertidas de ella. Pues ¿qué será de los que la tienen en mucha relajación de su Regla? No plega a Dios haya ninguna. De muchas maneras la debe dar el demonio, que lo permite Dios por nuestros pecados. No hay que tratar de esto; esto poquito os he querido advertir. Vamos a la amistad y paz que nos comienza a mostrar el Señor en la oración, y diré lo que Su Majestad me diere a entender.
    CAPÍTULO 3 - Meditación Tercera: Béseme con beso de tu boca (Cant. 1, 1).
    1. Pareceros ha, hijas, que eso no va bien, pues es tan loable cosa hacer las cosas con discreción. Habéis de mirar un punto, que es entender que ha el Señor (a lo que vos podéis entender, digo, que cierto no se puede saber) oída vuestra petición, de besaros con beso de su boca. Que si esto conocéis por los efectos, no hay que deteneros en nada, sino olvidaros de vos por contentar a este tan dulce Esposo. Su Majestad se da a sentir a los que gozan de esta merced, con muchas muestras. Una es menospreciar todas las cosas de la tierra, estimarlas en tan poco como ellas son, no querer bien suyo porque ya tiene entendido su vanidad, no se alegrar sino con los que aman a su Señor; cánsale la vida, tiene en la estima las riquezas que ellas merecen; otras cosas semejantes a éstas, que enseña el que las puso en tal estado.
    2. ¡Oh amor fuerte de Dios! ¡Y cómo no le parece que ha de haber cosa imposible a quien ama! ¡Oh dichosa alma que ha llegado a alcanzar esta paz de su Dios, que esté señoreada sobre todos los trabajos y peligros del mundo, que ninguno teme, a cuento de servir a tan buen Esposo y Señor, y con más razón que la tiene este pariente y amigo que hemos dicho! Pues ya habéis leído, hijas, de un Santo, y que no por hijo, ni por amigo, sino porque debía bien haber llegado a esta ventura tan buena de que le hubiese Dios dado esta paz, y por contentar a Su Majestad e imitarle en algo lo mucho que hizo por nosotros, se fue a trocar por hijo de una viuda, que vino a él fatigada, a tierra de moros. Ya habéis leído cuán bien le sucedió, y con la ganancia que vino.
    3. «Creería yo que su entendimiento no dejaría de representarle algunas más razones de las que dije, porque era obispo y había de dejar sus ovejas, y por ventura tendría temores. Mirad una cosa que se me ofrece ahora y viene a propósito para los que de su natural son pusilánimes y de ánimo flaco, que por la mayor parte serán mujeres, y aunque en hecho de verdad su alma haya llegado a este estado, su flaco natural teme. Es menester tener aviso, porque esta flaqueza natural nos hará perder una gran corona. Cuando os hallareis con esta pusilanimidad, acudid a la fe y humildad y no dejéis de acometer con fe, que Dios lo puede todo, y así pudo dar fortaleza a muchas niñas santas, y se la dio para pasar tantos tormentos, como se determinaron a pasar por El.
    4. Ya yo veo es menester gran ayuda suya para cosas semejantes; y por esto os aconsejo, hijas, que siempre con la Esposa pidáis esta paz tan regalada y que así señorea todos estos temorcillos del mundo, que con todo sosiego y quietud le da batería. ¿No está claro que a quien Dios hiciere tan gran merced de juntarse con un alma en tanta amistad, que la ha de dejar bien rica de bienes suyos? Porque, cierto, estas cosas no pueden ser nuestras. El pedir y desear nos haga esta merced, podemos, y aun esto con su ayuda; que lo demás, ¿qué ha de poder un gusano, que el pecado le tiene tan acobardado y miserable, que todas las virtudes imaginamos tasadamente como nuestro bajo natural?

      ¿Pues qué remedio, hijas? Pedir con la Esposa. Si una labradorcilla se casase con el rey y tuviese hijos, ¿ya no quedan de sangre real? Pues si a un alma nuestro Señor hace tanta merced que tan sin división se junte con ella, ¿qué deseos, qué efectos, qué hijos de obras heroicas podrán nacer e allí si no fuere por su culpa?.

    5. «Por eso os torno a decir, que para cosas semejantes, si el Señor os hiciera merced que se ofrezcan hacerlas por El, que no hagáis caso de haber sido pecadoras. Es menester aquí que señoree la fe a nuestra miseria, y no os espantéis si al principio de determinaros, y aun después sintiereis temor y flaqueza; ni hagáis caso de ello, si no es para avivaros más; dejad hacer su oficio a la carne; mirad que dice el buen Jesús en la oración del Huerto: La carne es enferma, y acuérdeseos de aquel tan admirable y lastimoso sudor. Pues si aquella carne divina y sin pecado, dice Su Majestad que es enferma, ¿cómo queremos la nuestra tan fuerte que no sienta la persecución que le puede venir y los trabajos? Y en ellos mismos será como sujeta ya la carne al espíritu. Junta su voluntad con la de Dios, no se queja.
    6. «Ofréceseme ahora aquí cómo nuestro buen Jesús muestra la flaqueza de su humanidad antes de los trabajos, y en el golfo de ellos tan gran fortaleza, que no sólo quejarse, mas ni en el semblante no hizo cosa por donde pareciese que padecía con flaqueza. Cuando iba al Huerto, dijo: Triste está mi ánima hasta la muerte; y estando en la cruz, que era ya pasando la muerte, no se queja. Cuando en la oración del Huerto, iba a despertar a sus Apóstoles; pues con más razón se quejara a su Madre y Señora nuestra cuando estaba al pie de la cruz y no dormida, sino padeciendo su santísima ánima y muriendo dura muerte, y siempre nos consuela más quejarnos a los que sabemos sienten nuestros trabajos y nos aman más.
    7. »Así que no nos quejemos de temores ni nos desanime ver flaco nuestro natural y esfuerzo; sino procuremos de fortalecernos de humildad, y entender claramente lo poco que podemos nosotros y que si Dios no nos favorece, no somos nada; y desconfiar de todo punto de nuestras fuerzas y confiar de su misericordia, y que hasta estar ya en ello es toda la flaqueza. Que no sin mucha causa lo mostró nuestro Señor; que claro está que no la tenía, pues era la misma fortaleza, sino para consuelo nuestro y para que entendamos lo que nos conviene ejercitar con obras nuestros deseos, y miremos que al principio de mortificarse un alma, todo se le hace penoso; si comienza a dejar regalos, pena; y si ha de dejar honra, tormento; y si ha de sufrir una palabra mala, se le hace intolerable. En fin, nunca le faltan tristezas hasta la muerte. Como acabare de determinarse de morir al mundo, verse ha libre de estas penas; y todo al contrario, no haya miedo que se queje ya, alcanzada la paz que pide la Esposa».
    8. Por cierto que pienso que si nos llegásemos al Santísimo Sacramento con gran fe y amor, que de una vez bastase para dejarnos ricas, ¡cuánto más de tantas!; sino que no parece sino cumplimiento el llegarnos a El y así nos luce tan poco. ¡Oh miserable mundo, que así tienes tapados los ojos de los que viven en ti, que no vean los tesoros con que podrían granjear riquezas perpetuas!
    9. ¡Oh Señor del cielo y de la tierra! ¡Que es posible que aun estando en esta vida mortal se pueda gozar de Vos con tan particular amistad! ¡Y que tan a las claras lo diga el Espíritu Santo en estas palabras, y que aun no lo queramos entender! ¡Qué son los regalos con que tratáis con las almas en estos Cánticos! ¡Qué requiebros, qué suavidades!, que había de bastar una palabra de éstas a deshacernos en Vos. Seáis bendito, Señor, que por vuestra parte no perderemos nada. ¡Qué de caminos, por qué de maneras, por qué de modos nos mostráis el amor! Con trabajos, con muerte tan áspera con tormentos, sufriendo cada día injurias y perdonando. Y no sólo con esto, sino con unas palabras tan heridoras para el alma que os ama, que la decís en estos Cánticos (y) la enseñáis que os diga, que no sé yo cómo se pueden sufrir, si Vos no ayudáis para que las sufra quien las siente, no como ellas merecen, sino conforme a nuestra flaqueza.
    CAPÍTULO 4 - Meditación Cuarta: Más valen tus pechos que el vino, que dan de sí fragancia de muy buenos olores (Cant. 1, 1-2).

    1. ¡Oh hijas mías, qué secretos tan grandes hay en estas palabras! Dénoslo nuestro Señor a sentir, que harto mal se pueden decir.

    Cuando Su Majestad quiere, por su misericordia, cumplir esta petición a la Esposa, es una amistad la que comienza a tratar con el alma, que sólo las que la experimentéis la entenderéis, como digo. Mucho de ella tengo escrito en dos libros (que si el Señor es servido, veréis después que me muera), y muy menuda y largamente, porque veo que los habréis menester, y así aquí no haré más que tocarlo. No sé si acertaré por las mismas palabras que allí quiso el Señor declararlo.

    2. Siéntese una suavidad en lo interior del alma tan grande, que se da bien a sentir estar vecino nuestro Señor de ella. No es esto sólo una devoción que ahí mueve a lágrimas muchas, y éstas dan satisfacción, o por la Pasión del Señor, o por nuestro pecado, aunque en esta oración de que hablo, que llamo yo de quietud por el sosiego que hace en todas las potencias, que parece la persona tiene muy a su voluntad, aunque algunas veces se siente de otro modo, cuando no está el alma tan engolfada en esta suavidad, parece que todo el hombre interior y exterior conforta, como si le echasen en los tuétanos una unción suavísima, a manera de un gran olor, que si entrásemos en una parte de presto donde le hubiese grande, no de una cosa sola, sino muchas, y ni sabemos qué es ni dónde está aquel olor, sino que nos penetra todos.

    Porque adonde he dicho digo lo que el alma ha de hacer aquí para aprovecharnos y esto no es sino para dar a entender algo de lo que voy tratando, no quiero alargarme más de que en esta amistad (que ya el Señor muestra aquí al alma -que la quiere tan particular con ella- que no haya cosa partida entre entrambos), se le comunican grandes verdades; porque esta luz que la deslumbra, por no entenderlo ella lo que es, la hace ver la vanidad del mundo. No ve al buen Maestro que la enseña, aunque entiende que está con ella; mas queda tan bien enseñada y con tan grandes efectos y fortaleza en las virtudes, que no se conoce después ni querría hacer otra cosa ni decir, sino alabar al Señor; y está cuando está en este gozo, tan embebida y absorta, que no parece que está en sí, sino con una manera de borrachez divina que no sabe lo que quiere, ni qué dice, ni qué pide. En fin, no sabe de sí; mas no está tan fuera de sí que no entiende algo de lo que pasa.

    1. Mas cuando este Esposo riquísimo la quiere enriquecer y regalar más, conviértela tanto en Sí, que como una persona que el gran placer y contento la desmaya, le parece se queda suspendida en aquellos divinos brazos y arrimada a aquel sagrado costado y aquellos pechos divinos. No sabe más de gozar, sustentada con aquella leche divina que la va criando su Esposo, y mejorando para poderla regalar y que merezca cada día más.

      Cuando despierta de aquel sueño y de aquella embriaguez celestial, queda como cosa espantada y embobada y con un santo desatino, me parece a mí que puede decir estas palabras: Mejores son tus pechos que el vino.

      Porque cuando estaba en aquella borrachez, parecíale que no había más que subir; mas cuando se vio en más alto grado y todo empapada en aquella innumerable grandeza de Dios, y se ve quedar tan sustentada, delicadamente lo comparó; y así dice: Mejores son tus pechos que el vino.

      Porque así como un niño no entiende cómo crece ni sabe cómo mama, que aun sin mamar él ni hacer nada, muchas veces le echan la leche en la boca así es aquí, que totalmente el alma no sabe de sí ni hacer nada, ni sabe cómo ni por dónde (ni lo puede entender) le vino aquel bien tan grande. Sabe que es el mayor que en la vida se puede gustar, aunque se junten juntos todos los deleites y gustos del mundo. Vese criada y mejorada sin saber cuándo lo mereció; enseñada en grandes verdades sin ver el Maestro que la enseña; fortalecida en las virtudes, regalada de quien tan bien lo sabe y puede hacer. No sabe a qué lo comparar, sino al regalo de la madre que ama mucho al hijo y le cría y regala.

    2. «Porque es al propio esta comparación que así está el alma elevada y tan sin aprovecharse de su entendimiento, en parte, como un niño recibe aquel regalo, y deléitase en él, mas no tiene entendimiento para entender cómo le viene aquel bien: que en el adormecimiento pasado de la embriaguez, no está el alma tan sin obrar, que algo entiende y obra, porque entiende estar cerca de Dios; y así con razón dice: Mejores son tus pechos que el vino.
    3. Grande es, Esposo mío, esta merced, sabroso convite, precioso vino me dais, que con sola una gota me hace olvidar de todo lo criado y salir de las criaturas y de mí, para no querer ya los contentos y regalos que hasta aquí quería mi sensualidad. Grande es este; no le merecía yo.

      Después que Su Majestad se le hizo mayor y la llegó más a sí, con razón dice: Mejores son tus pechos que el vino.

      Gran merced era la pasada, Dios mío, mas muy mayor es ésta, porque hago yo menos en ella; y así es de todas maneras mejor. Gran gozo es y deleite del alma cuando llega aquí.

    4. ¡Oh hijas mías! Déos nuestro Señor a entender o, por mejor decir, a gustar (que de otra manera no se puede entender) qué es del gozo del alma cuando está así. Allá se avengan los del mundo con sus señoríos y con sus riquezas y con sus deleites y con sus honras y con sus manjares; que si todo lo pudiesen gozar sin los trabajos que traen consigo (lo que es imposible), no llegara en mil años al contento que en un momento tiene un alma a quien el Señor llega aquí. San Pablo dice que no son dignos todos los trabajos del mundo de la gloria que esperamos; yo digo, que no son dignos ni pueden merecer una hora de esta satisfacción que aquí da Dios al alma, y gozo y deleite. No tiene comparación, a mi parecer, ni se puede merecer un regalo tan regalado de nuestro Señor, una unión tan unida, un amor tan dado a entender y a gustar, con las bajezas de las cosas del mundo. ¡Donosos son sus trabajos para compararlo a esto!, que si no son pasados por Dios, no valen nada; si lo son, Su Majestad los da tan medidos con nuestras fuerzas, que de pusilánimes y miserables los tememos tanto.
    5. ¡Oh cristianos e hijas mías! Despertemos ya, por amor del Señor, de este sueño, y miremos que aún no nos guarda para la otra vida el premio de amarle; en ésta comienza la paga. ¡Oh Jesús mío, quién pudiese dar a entender la ganancia que hay de arrojarnos en los brazos de este Señor nuestro y hacer un concierto con Su Majestad, que mire yo a mi Amado y mi Amado a mí; y que mire El por mis cosas, y yo por las suyas! No nos queramos tanto que nos saquemos los ojos, como dicen.

      Torno a decir, Dios mío, y a suplicaros, por la sangre de vuestro Hijo, que me hagáis esta merced; béseme con beso de su boca, que sin Vos, ¿qué soy yo, Señor? Si no estoy junto a Vos, ¿qué valgo?

      Si me desvío un poquito de Vuestra Majestad, ¿adónde voy a parar?

      9. ¡Oh Señor mío y Misericordia mía y Bien mío! Y ¿qué mayor le quiero yo en esta vida que estar tan junto a Vos, que no haya división entre Vos y mí? Con esta compañía, ¿qué se puede hacer dificultoso? ¿Qué no se puede emprender por Vos, teniéndoos tan junto? ¿Qué hay que agradecerme, Señor? Que culparme, muy mucho por lo que no os sirvo. Y así os suplico con San Agustín, con toda determinación, que «me deis lo que mandareis, y mandadme lo que quisiereis»; no volveré las espaldas jamás, con vuestro favor y ayuda.

    10. «Ya yo veo, Esposo mío, que Vos sois para mí; no lo puedo negar. Por mí vinisteis al mundo, por mí pasasteis tan grandes trabajos, por mí sufristeis tantos azotes, por mí os quedasteis en el Santísimo Sacramento y ahora me hacéis tan grandísimos regalos. Pues, Esposa santa, ¿cómo dije yo que Vos decís: qué puedo hacer por mi Esposo?

    11. «Por cierto, hermanas, que no sé cómo paso de aquí. ¿En qué seré para Vos, mi Dios? ¿Qué puede hacer por Vos quien se dio tan mala maña a perder las mercedes que me habéis hecho? ¿Qué se podrá esperar de sus servicios? Ya que con vuestro favor haga algo, mirad qué puede hacer un gusanillo; ¿para qué le ha menester un poderoso Dios? ¡Oh amor!, que en muchas partes querría decir esta palabra, porque sólo él es el que se puede atrever a decir con la Esposa: Yo a mi Amado. El nos da licencia para que pensemos que El tiene necesidad de nosotros este verdadero Amador, Esposo y Bien mío.

    12. Pues nos da licencia, tornemos, hijas, a decir: Mi Amado a mí, y yo a mi Amado. ¿Vos a mí, Señor? Pues si Vos venís a mí, ¿en qué dudo que puedo mucho serviros? Pues de aquí adelante Señor, quiérome olvidar de mí y mirar sólo en qué os puedo servir y no tener voluntad sino la vuestra. Mas mi querer no es poderoso; Vos sois el poderoso, Dios mío. En lo que yo puedo, que es determinarme, desde este punto lo hago para ponerlo por obra».

    CAPÍTULO 5 - Meditación Quinta: Sentéme a la sombra del que deseaba, y su fruto es dulce para mi garganta (Cant. 2, 3).

    1. Ahora preguntemos a la Esposa; sepamos de esta bendita alma, llegada a esta boca divina y sustentada con estos pechos celestiales, para que sepamos, si el Señor nos llega alguna vez a tan gran merced, qué hemos de hacer o cómo hemos de estar, qué hemos de decir.

    Lo que nos dice es: Asentéme a la sombra de aquel a quien había deseado y su fruto es dulce para mi garganta. Metióme el Rey en la bodega del vino y ordenó en mí la caridad.

    Dice: Asentéme en la sombra del que había deseado.

    1. ¡Válgame Dios, qué metida está el alma y abrasada en el mismo sol! Dice que se sentó a la sombra del que había deseado. Aquí no le hace sino manzano, y dice que es su fruta dulce para mi garganta. ¡Oh almas que tenéis oración, gustad de todas estas palabras! ¡De qué manera podemos considerar a nuestro Dios! ¡Qué diferencia de manjares podemos hacer de El! Es maná, que sabe conforme a lo que queremos que sepa. ¡Oh, qué sombra ésta tan celestial y quién supiera decir lo que de esto da a entender el Señor! Acuérdome cuando el ángel dijo a la Virgen sacratísima, Señora nuestra: La virtud del muy alto os hará sombra. ¡Qué amparada se ve un alma, cuando el Señor la pone en esta grandeza! Con razón se puede asentar y asegurar.
    2. Ahora notad que, por la mayor parte y casi siempre (si no es alguna persona que quiere nuestro Señor hacer un señalado llamamiento, como hizo a San Pablo, que lo puso luego en la cumbre de la contemplación y se le apareció y habló de manera que quedó bien ensalzado desde luego), da Dios estos regalos tan subidos y hace mercedes tan grandes a personas que han mucho trabajado en su servicio y deseado su amor y procurado disponerse para que sean agradables a Su Majestad todas sus cosas. Ya cansadas de grandes años de meditación y de haber buscado este Esposo, y cansadísimas de las cosas del mundo, asiéntanse en la verdad, no buscan en otra parte su consuelo ni sosiego ni descanso, sino adonde entienden que con verdad le pueden tener; pónense debajo del amparo del Señor; no quieren otro. Y ¡cuán bien hacen de fiar de Su Majestad, que así como lo han deseado lo cumplen! Y ¡cuán venturosa es el alma que merece de estar debajo de esta sombra, aun para cosas que se pueden acá ver! Que para lo que el alma sola puede entender, es otra cosa, según he entendido muchas veces.

      4. Parece que estando el alma en el deleite que queda dicho, que se siente estar toda engolfada y amparada con una sombra y manera de nube de la Divinidad, de donde vienen influencias al alma y rocío tan deleitoso, que bien con razón quitan el cansancio que le han dado las cosas del mundo. Una manera de descanso siente allí el alma, que aun la cansa haber de resolgar; y las potencias tan sosegadas y quietas, que aun pensamiento, aunque sea bueno, no querría entonces admitir la voluntad ni le admite por vía de inquirirle ni procurarle. No ha menester menear la mano, ni levantarse, digo la consideración, para nada; porque cortado y guisado, y aun comido, le da el Señor de la fruta del manzano a que ella compara a su amado, y así dice, que su fruto es dulce para su garganta. Porque aquí todo es gustar sin ningún trabajo de las potencias, y en esta sombra de la divinidad (que bien dice sombra, porque con claridad no la podemos acá ver), sino debajo de esta nube está aquel sol resplandeciente y envía por medio del amor una noticia de que se está tan junto Su Majestad, que no se puede decir ni es posible. Sé yo que quien hubiere pasado por ello, entenderá cuan verdaderamente se puede dar aquí este sentido a estas palabras que dice la Esposa.

      5. Paréceme a mí que el Espíritu Santo debe ser medianero entre el alma y Dios y el que la mueve con tan ardientes deseos, que la hace encender en fuego soberano, que tan cerca está. ¡Oh Señor, qué son aquí las misericordias que usáis con el alma! Seáis bendito y alabado por siempre, que tan buen amador sois. ¡Oh Dios mío y criador mío! ¿Es posible que hay nadie que no os ame? ¡Oh, triste de mí, y cómo soy yo la que mucho tiempo no os amé, porque no merecí conoceros! ¡Cómo baja sus ramas este divino manzano, para que unas veces las coja el alma considerando sus grandezas y las muchedumbres de sus misericordias que ha usado con ella y que vea y goce del fruto que sacó Jesucristo Señor nuestro de su Pasión, regando este árbol con su sangre preciosa con tan admirable amor!

      Antes de ahora, dice el alma que goza del mantenimiento de sus pechos divinos; como principiante en recibir estas mercedes, la sustentaba el Esposo. Ahora va ya más crecida, y vala más habilitando para darle más. Mantiénela con manzanas, quiere que vaya entendiendo lo que está obligada a servir y a padecer. Y aun no se contenta con todo esto. ¡Cosa maravillosa y de mirar mucho!: de que el Señor entiende que un alma es toda suya, sin otro interés ni otras cosas que la muevan por sola ella, sino por quien es su Dios y por el amor que tiene, cómo nunca cesa de comunicarse con ella, de tantas maneras y modos como quien es la misma Sabiduría.

    3. Parecía que no había más que dar en la primera paz, y es esto que queda dicho muy más subida merced; queda mal dicho, porque no es sino apuntarlo. En el libro que os he dicho, hijas, lo hallaréis con mucha claridad, si el Señor es servido que salga a luz.

      ¿Pues qué podremos ya desear más de esto que ahora se ha dicho? ¡Oh, válgame Dios, y qué nonada son nuestros deseos para llegar a vuestras grandezas, Señor! ¡Qué bajos quedaríamos, si conforme a nuestro pedir fuese vuestro dar!

      Ahora miremos lo que dijo adelante de esto la Esposa.

    CAPÍTULO 6 - Meditación Sexta: Metióme el Rey en la bodega del vino y ordenó en mí la caridad (Cant. 2, 4).

    1. Pues estando ya la Esposa descansada debajo de sombra tan deseada, y con tanta razón, ¿qué le queda que desear a un alma que llega aquí, si no es que no le falte aquel bien para siempre? A ella no parece que hay más que desear; mas a nuestro Rey sacratísimo fáltale mucho por dar; nunca querría hacer otra cosa, si hallase a quién. Y, como he dicho muchas veces, deseo, hijas, que nunca se os olvide no se contenta el Señor con darnos tan poco como son nuestros deseos; yo lo he visto acá. En algunas cosas que comienza uno a pedir al Señor, le da en qué merezca y cómo padezca algo por El, no yendo su intento a más de lo que le parece sus fuerzas alcanzan. Como Su Majestad las puede hacer crecer, en pago de aquello poquito que se determinó por El, dale tantos trabajos y persecuciones y enfermedades, que el pobre hombre no sabe de sí.

    2. A mí misma me acaeció en harta mocedad y decir algunas veces: ¡Oh Señor, que no querría yo tanto! Mas daba Su Majestad la fuerza de manera y la paciencia, que aun ahora me espanto cómo lo podría sufrir, y no trocaría aquellos trabajos por todos los tesoros del mundo.

    Dice la Esposa: Metióme el Rey. Y ¡qué bien hinche este nombre, Rey poderoso, que no tiene superior, ni acabará su reinar para sin fin! El alma que está así a buen seguro que no le falta fe para conocer mucho de la grandeza de este Rey, que todo lo que es, es imposible en esta vida mortal.

    3. Dice que la metió en la bodega del vino; ordenó en mí la caridad. Entiendo yo de aquí que es grande la grandeza de esta merced. Porque puede ser dar a beber más o menos y de un vino bueno y otro mejor, y embriagar y emborrachar a uno más o menos. Así es en las mercedes del Señor, que a uno da poco vino de devoción, a otro más, a otro crece de manera que le comienza a sacar de sí, de su sensualidad y de todas las cosas de la tierra; a otros, da hervor grande en su servicio; a otros, ímpetus; a otros, gran caridad con los prójimos; de manera, que andan tan embebecidos que no sienten los trabajos grandes que aquí pasan. Mas lo que dice la Esposa es mucho junto. Métela en la bodega para que allí más sin tasa pueda salir rica. No parece que el Rey quiere dejarle nada por dar, sino que beba conforme a su deseo y se embriague bien, bebiendo de todos esos vinos que hay en la despensa de Dios. Gócese de esos gozos; admírese de sus grandezas; no tema perder la vida de beber tanto, que sea sobre la flaqueza de su natural; muérase en ese paraíso de deleites. ¡Bienaventurada tal muerte que así hace vivir! Y verdaderamente así lo hace; porque son tan grandes las maravillas que el alma entiende, sin entender cómo lo entiende, que queda tan fuera de sí como ella misma lo dice en decir: Ordenó en mí la caridad.

    4. ¡Oh palabras que nunca se habían de olvidar al alma, a quien nuestro Señor regala! ¡Oh soberana merced, y qué sin poderse merecer, si el Señor no diese caudal para ello! Bien que aun para amar no se halla despierta; mas bienaventurado sueño, dichosa embriaguez, que hace suplir al Esposo lo que el alma no puede, que es dar orden tan maravillosa, que estando todas las potencias muertas o dormidas, quede el amor vivo; y que sin entender cómo obra, ordene el Señor que obre tan maravillosamente, que esté hecho una cosa con el mismo Señor del amor, que es Dios, con una limpieza grande; porque no hay quien le estorbe, ni sentidos, ni potencias, digo entendimiento y memoria; tampoco la voluntad se entiende.

    5. Pensaba yo ahora si es cosa en que hay alguna diferencia la voluntad y el amor. Y paréceme que sí; no sé si es bobería. Paréceme el amor una saeta que envía la voluntad, que si va con toda la fuerza que ella tiene, libre de todas las cosas de la tierra, empleada en solo Dios, muy de verdad debe de herir a Su Majestad; de suerte que, metida en el mismo Dios, que es amor, torna de allí con grandísimas ganancias, como diré. Y es así que informado de algunas personas a quien ha llegado nuestro Señor a tan gran merced en la oración, que las llega a este embebecimiento santo con una suspensión, que aun en lo exterior se ve que no están en sí, preguntadas lo que sienten, en ninguna manera lo saben decir, ni supieron, ni pudieron entender cosa de cómo obra allí el amor.

    6. Entiéndese bien las grandísimas ganancias que saca un alma de allí por los efectos y por las virtudes y la viva fe que le queda y el desprecio del mundo. Mas cómo se le dieron estos bienes y lo que el alma goza aquí, ninguna cosa se entiende si no es al principio cuando comienza, que es grandísima la suavidad. Así que, está claro ser lo que dice la Esposa, que la sabiduría de Dios suple aquí por el alma, y El ordena cómo gane tan grandísimas mercedes en aquel tiempo; porque estando tan fuera de sí y tan absorta que ninguna cosa puede obrar con las potencias, ¿cómo había de merecer? Pues ¿es posible que la hace Dios merced tan grande para que pierda el tiempo y no gane nada en El? No es de creer.

    7. ¡Oh secretos de Dios! Aquí no hay más de rendir nuestros entendimientos y pensar que para entender las grandezas de Dios no valen nada. Aquí viene bien el acordarnos cómo lo hizo con la Virgen nuestra Señora con toda la sabiduría que tuvo, y cómo preguntó al ángel: ¿Cómo será ésto? En diciéndole: El Espíritu Santo sobrevendrá en tí; la virtud del muy alto te hará sombra, no curó de más disputas. Como quien tenía tan gran fe y sabiduría, entendió luego que, interviniendo estas dos cosas, no había más que saber ni dudar. No como algunos letrados (que no les lleva el Señor por este modo de oración ni tienen principio de espíritu), que quieren llevar las cosas por tanta razón y tan medidas por sus entendimientos, que no parece sino que han ellos con sus letras de comprender todas las grandezas de Dios. ¡Si deprendiesen algo de la humildad de la Virgen sacratísima!

    8. ¡Oh Señora mía, cuán al cabal se puede entender por Vos lo que pasa Dios con la Esposa, conforme a lo que dice en los Cánticos! Y así lo podéis ver, hijas, en el Oficio que rezamos de nuestra Señora cada semana, lo mucho que está de ellos en antífonas y lecciones. En otras almas podránlo entender cada uno como Dios lo quiere dar a entender, que muy claro podrá ver si ha llegado a recibir algo de estas mercedes, semejantes a esto que dice la Esposa: Ordenó en mí la caridad; porque no saben adónde estuvieron, ni cómo en regalo tan subido contentaron al Señor; qué se hicieron, pues no le daban gracias por ello.

    9. ¡Oh alma amada de Dios!; no te fatigues, que cuando Su Majestad te llega aquí y te habla tan regaladamente, como verás en muchas palabras que dice en los Canticos ( a la Esposa, como Toda eres hermosa, amiga mía, y otras -como digo- muchas en que muestra el contento que tiene de ella, de creer es que no consentirá que le descontente a tal tiempo, sino que la ayudará a lo que ella no supiere para contentarse de ella más. Vela perdida de sí, enajenada por amarle, y que la misma fuerza del amor le ha quitado el entendimiento para poderle más amar. Sí, que no ha de sufrir, ni suele ni puede Su Majestad dejar de darse a quien se le da toda.

    10. Paréceme a mí que va Su Majestad esmaltando sobre este oro que ya tiene aparejado con sus dones y tocado, para ver de qué quilates es el amor que le tiene, por mil maneras y modos que el alma que llega aquí podrá decir. Esta alma, que es el oro, estáse en este tiempo sin hacer más movimiento ni obrar más por sí que estaría el mismo oro; y la divina sabiduría, contenta de verla así (como hay tan pocas que con esta fuerza le amen) va asentando en este oro muchas piedras preciosas y esmaltes con mil labores.

    11. Pues esta alma, ¿qué hace en este tiempo? Esto es lo que no se puede entender ni saber más de lo que dice la Esposa: Ordenó en mí la caridad. Ella, al menos si ama, no sabe cómo, ni entiende qué es lo que ama; el grandísimo amor que la tiene el Rey que la ha traído a tan gran estado, debe de haber juntado el amor de esta alma a Sí de manera que no lo merece entender el entendimiento, sino estos dos amores se tornan uno. Y puesto tan verdaderamente y junto con el de Dios, ¿cómo le ha de alcanzar el entendimiento? Piérdele de vista en aquel tiempo, que nunca dura mucho, sino con brevedad, y allí le ordena de manera Dios que sabe bien contentar a Su Majestad entonces, y aun después, sin que el entendimiento lo entienda, como queda dicho. Mas entiéndelo bien después que ve esta alma tan esmaltada y compuesta de piedras y perlas de virtudes, que le tiene espantado y puede decir: ¿Quién es ésta que ha quedado como el sol?.

    ¡Oh verdadero Rey, y qué razón tuvo la Esposa de poneros este nombre! Pues en un momento podéis dar riquezas y ponerlas en un alma que se gozan para siempre. ¡Qué ordenado deja el amor en esta alma!

    12. Yo podré dar buenas señas de esto, porque he visto algunas. De una me acuerdo ahora que en tres días la dio el Señor bienes, que si la experiencia de haber ya algunos años y siempre mejorando no me lo hicieran creer, no me parecía posible; y aun a otra en tres meses, y entrambas eran de poca edad. Otras he visto que después de mucho tiempo les hace Dios esta merced. He dicho de estas dos, y de algunas otras podía decir, porque he escrito aquí que son pocas las almas que, sin haber pasado muchos años de trabajos, les hace nuestro Señor estas mercedes, para que se entienda son algunas. No se ha de poner tasa a un Señor tan grande y tan ganoso de hacer mercedes. Acaece, y esto es cosa casi ordinario, cuando el Señor llega a un alma a hacerle estas mercedes. Digo que sean mercedes de Dios, no sean ilusiones o melancolías o ensayos que hace la misma naturaleza. Esto el tiempo lo viene a descubrir, y aun estotro bien, porque quedan las virtudes tan fuertes y el amor tan encendido, que no se encubre, porque siempre, aun sin querer, aprovechan otras almas.

    13. Ordenó en mí el Rey la caridad, tan ordenada, que el amor que tenía al mundo se le quita; y el que a sí, le vuelve en desamor; y el que a sus deudos, queda de suerte que sólo los quiere por Dios; y el que a los prójimos y el que a los enemigos, no se podrá creer si no se prueba; es muy crecido; el que a Dios, tan sin tasa, que la aprieta algunas veces más que puede sufrir su bajo natural. Y como ve que ya desfallece y va a morir, dice: Sostenedme con flores, y acompañadme de manzanas, porque desfallezco de mal de amores.

    CAPÍTULO 7 - Meditación Séptima: Sostenedme con flores y acompañadme de manzanas, porque desfallezco de mal de amores (Cant. 2, 5).

    1. ¡Oh qué lenguaje tan divino éste para mi propósito! ¡Cómo, Esposa santa!, ¿mátaos la suavidad? Porque, según he sabido, algunas veces parece que es tan excesiva, que deshace el alma de manera que no parece ya que la hay para vivir. Y ¿pedís flores? ¿Qué flores serán éstas? Porque éste no es remedio, salvo si no le pedís para acabar ya de morir; que, a la verdad, no se desea cosa más cuando el alma llega aquí. Mas no viene bien, porque dice: Sostenedme con flores. Y el sostener no me parece que es pedir la muerte, sino con la vida querer servir en algo a quien tanto ve que debe.

    2. No penséis, hijas, que es encarecimiento decir que muere, sino que, como os he dicho, pasa en hecho de verdad. Que el amor obra con tanta fuerza algunas veces, que se enseñorea de manera sobre todas las fuerzas del sujeto natural, que sé de una persona que estando en oración semejante oyó cantar una buena voz, y certifica que, a su parecer, si el canto no cesara que iba ya a salirse el alma, del gran deleite y suavidad que nuestro Señor le daba a gustar, y así proveyó Su Majestad que dejase el canto quien cantaba, que la que estaba en esta suspensión, bien se podía morir, mas no podía decir que cesase; porque todo el movimiento exterior estaba sin poder hacer operación ninguna ni bullirse, y este peligro en que se veía, se entendía bien; mas de un arte, como quien está en un sueño profundo de cosa que querría salir de ella y no puede hablar, aunque quería.

    3. Aquí el alma no querría salir de allí, ni le sería penoso, sino grande contentamiento, que eso es lo que desea. Y ¡cuán dichosa muerte sería a manos de este amor!, sino que algunas veces dale Su Majestad luz de que es bien que viva, y ella ve no lo podrá su natural flaco sufrir si mucho dura aquel bien, y pídele otro bien para salir de aquel tan grandísimo, y así dice: Sostenedme con flores.

    De otro olor son esas flores que las que acá olemos. Entiendo yo aquí que pide hacer grandes obras en servicio de nuestro Señor y del prójimo, y por esto huelga de perder aquel deleite y contento; que aunque es vida más activa que contemplativa y parece perderá si le concede esta petición, cuando el alma está en este estado, nunca dejan de obrar casi juntas Marta y María; porque en lo activo y que parece exterior, obra lo interior, y cuando las obras activas salen de esta raíz, son admirables y olorosísimas flores; porque proceden de este árbol de amor de Dios y por sólo El, sin ningún interés propio, y extiéndese el olor de estas flores para aprovechar a muchos, y es olor que dura, no pasa presto, sino que hace gran operación.

    4. Quiérome declarar más, porque lo entendáis. Predica uno un sermón con intento de aprovechar las almas; mas no está tan desasido de provechos humanos, que no lleva alguna pretensión de contentar, o por ganar honra o crédito, o que si está puesto a llevar alguna canonjía por predicar bien. Así son otras cosas que hacen en provecho de los prójimos, muchas, y con buena intención, mas con mucho aviso de no perder por ellas ni descontentar. Temen persecución; quieren tener gratos los reyes y señores y el pueblo; van con la discreción que el mundo tanto honra. Esta es la amparadora de hartas imperfecciones, porque le ponen nombre de discreción, y plega al Señor que lo sea.

    5. Estos servirán a Su Majestad y aprovechan mucho; mas no son así las obras que pide la Esposa, a mi parecer, y las flores, sino un mirar a sola honra y gloria de Dios en todo. Que verdaderamente a las almas que el Señor llega aquí, según he entendido de algunas, creo no se acuerdan más de sí que si no fuesen para ver si perderán o ganarán; sólo miran al servir y contentar al Señor. Y porque saben el amor que tiene a sus criados, gustan de dejar su sabor y bien, por contentarle en servirlas y decirlas las verdades, para que se aprovechen sus almas, por el mejor término que pueden; ni se acuerdan, como digo, si perderán ellos, la ganancia de sus prójimos tienen presente, no más. Por contentar más a Dios, se olvidan a sí por ellos, y pierden las idas en la demanda, como hicieron muchos mártires, y envueltas sus palabras en este tan subido amor de Dios, emborrachadas de aquel vino celestial, no se acuerdan; y si se acuerdan, no se les da nada descontentar a los hombres. Estos tales aprovechan mucho.

    6. Acuérdome ahora lo que muchas veces he pensado de aquella santa Samaritana, qué herida debía de estar de esta hierba, y cuán bien habían rendido en su corazón las palabras del Señor, pues deja al mismo Señor que ganen y se aprovechen los de su pueblo, que da bien a entender esto que voy diciendo; y en pago de esta tan gran caridad, mereció ser creída, y ver el gran bien que hizo nuestro Señor en aquel pueblo.

    Paréceme que debe ser uno de los grandísimos consuelos que hay en la tierra, ver uno almas aprovechadas por medio suyo. Entonces me parece se come el fruto gustosísimo de estas flores. Dichosos a los que el Señor hace estas mercedes; bien obligados están a servirle. Iba esta santa mujer con aquella borrachez divina dando gritos por las calles.

    Lo que me espanta a mí es ver cómo la creyeron, una mujer, y no debía ser de mucha suerte, pues iba por agua; de mucha humildad, sí, pues cuando el Señor le dice sus faltas, no se agravió (como lo hace ahora el mundo, que son malas de sufrir las verdades), sino díjole que debía ser profeta. En fin, le dieron crédito, y por solo su dicho salió gran gente de la ciudad al Señor.

    7. Así digo que aprovechan mucho los que, después de estar hablando con Su Majestad algunos años, ya que reciben regalos y deleites suyos, no quieren dejar de servir en las cosas penosas, aunque se estorben estos deleites y contentos. Digo que estas flores y obras salidas y producidas de árbol de tan hirviente amor, dura su olor mucho más, y aprovecha más un alma de éstas con sus palabras y obras, que muchos que las hagan con el polvo de nuestra sensualidad y con algún interés propio.

    8. De éstas produce la fruta; éstas son las manzanas que dice luego la Esposa: Acompañadme de manzanas. Dadme, Señor, trabajos, dadme persecuciones y verdaderamente lo desea, y aun sale bien de ellos; porque, como ya no mira su contento sino el contentar a Dios, su gusto es en imitar en algo la vida trabajosísima que Cristo vivió.

    Entiendo yo por el manzano, el árbol de la Cruz, porque dijo en otro cabo en los Cantares: Debajo del árbol manzano te resucite; y un alma que está rodeada de cruces, de trabajos y persecuciones, gran remedio es para no estar tan ordinario en el deleite de la contemplación. Tiénele grande en padecer, mas no la consume y gasta la virtud, como lo debe hacer, si es muy ordinario, esta suspensión de las potencias en la contemplación. Y también tiene razón de pedir esto, que no ha de ser siempre gozar sin servir y trabajar en algo. Yo lo miro con advertencia en algunas personas (que muchas no las hay por nuestros pecados), que mientras más adelante están en esta oración y regalos de nuestro Señor, más acuden a las necesidades de los prójimos, en especial a las de las ánimas que por sacar una de pecado mortal, parece darían muchas vidas, como dije al principio.

    9. ¿Quién hará creer esto a las que comienza nuestro Señor a dar regalos? Sino que quizá les parecerá traen estotros la vida mal aprovechada y que estarse en su rincón gozando de esto, es lo que hace al caso. Es providencia del Señor, a mi parecer, no entender éstos adónde llegan estotras almas porque con el hervor de los principios querrían luego dar salto hasta allí, y no les conviene; porque aún no están criadas, sino que es menester que se sustenten más días con la leche que dije al principio. Esténse cabe aquellos divinos pechos, que el Señor tendrá cuidado, cuando estén ya con fuerzas, de sacarlas a más, porque no harían el provecho que piensan, antes se le dañarían a sí. Y porque en el libro que os he dicho hallaréis cuándo ha un alma desear salir a aprovechar a otros y el peligro que es salir antes de tiempo muy por menudo, no lo quiero decir aquí, ni alargarme más en esto; pues mi intento fue cuando lo comencé, daros a entender cómo podéis regalaros, cuando oyereis algunas palabras de los Cánticos, y pensar, aunque son a entender vuestro oscuras, los grandes misterios que hay en ellas, y alargarme más sería atrevimiento.

    10. Plega al Señor no lo haya sido lo que he dicho, aunque ha sido por obedecer a quien me lo ha mandado. Sírvase Su Majestad de todo, que si algo bueno va aquí, bien creeréis que no es mío; pues ven las hermanas que están conmigo con la prisa que lo he escrito, por las muchas ocupaciones. Suplicad a Su Majestad que yo lo entienda por experiencia. A la que le pareciere que tiene algo de esto, alabe a nuestro Señor y pídale esto postrero, porque no sea para sí la ganancia.

    Plega nuestro Señor nos tenga de su mano, y enseñe siempre a cumplir su voluntad, amén.